lunes, 8 de septiembre de 2008



LA GAZETA DE BUENOS AYRES
(Resumen del programa emitido el 9 de mayo de 2008)

Por Gonzalo Segovia (*)

(*) Licenciado en Historia y Master en Historia de las Ideas Políticas Argentinas y Americanas. Profesor titular de Historia de las Ideas Políticas en Derecho de la Universidad de Mendoza, San Rafael y Apoderado Legal del Colegio Corazón de María. Miembro del Instituto Argentino de Estudios Constitucionales y Políticos del CRICYT.

Difundir las ideas revolucionarias

La Junta de Gobierno nacida el 25 de mayo de 1810 creó la Gazeta de Buenos Ayres, el 7 de junio de aquel año, por una orden que aparece publicada en el primer número de ese periódico (1). También se le encarga al secretario de dicha junta, Mariano Moreno, ser el principal redactor; lo que convierte a este periódico, poco a poco, en el medio por el cual Moreno difunde sus ideas. Ideas que giran, principalmente, sobre cuál debería ser el objetivo político, institucional e ideológico de la Revolución.

Sin embargo, esto no desmiente que en la Junta se compartía, en general, la intención de crear un periódico. De hecho, existe la idea escrita muy clara en la orden de fundación, donde se afirma que el pueblo tiene derecho a conocer la conducta de sus representantes.

La libertad de imprenta es uno de los pilares fundamentales del proceso revolucionario. En consecuencia, era de esperar que la Junta asumiera la creación de un órgano de prensa; no sólo para difundir los actos de gobierno, sino también para permitir la posibilidad de crear un ámbito de discusión de ideas.

Claro que no todos compartían el pensamiento de Moreno y el alcance que, sobre todo en los primeros años, tendrían sus ideas con un órgano como la Gazeta.

Gravitación de Moreno

De la lectura de los periódicos, uno supone que Mariano Moreno tenía bastante libertad para publicar. Esto se advierte, sobre todo, en las editoriales. Las gacetas de esa época tenían muy pocas páginas, algunas noticias y por lo general artículos, comunicados o alguna editorial a cargo del redactor principal; que, en este caso, era Mariano Moreno.

Cuando uno repasa editoriales, sobre todo de fines de 1810, se empieza a revelar el Mariano Moreno más airado y fervoroso. Ahí es donde, al menos yo, detecto que quien manejaba la Gazeta era él. Por ejemplo, a fines de 1810, comparte las editoriales con el Dean Funes, y cuando se decide el objetivo que debía tener la reunión de Diputados del Interior que se iba a desarrollar en Buenos Aires por ese año, por el alcance y los contenidos que se describen en la redacción, no se puede dejar de reconocer que quien tenía la línea editorial en sus manos era Moreno.

Por supuesto que la Junta, después de la experiencia de Mariano Moreno y después de la experiencia, en 1811 y 1812, de Vicente Pazos Silva y Bernardo de Monteagudo (quienes se iban turnando en la redacción de las editoriales de la Gazeta), va a cambiar el perfil del periódico: se va a convertir en un órgano del Gobierno. Por lo tanto todo lo que fuera debate de ideas; editoriales que pudieran generar una participación del sector ilustrado de Buenos Aires o el intento de incitar a la reflexión sobre algunos puntos en la opinión pública, se deja de lado. Es decir, se limita la Gazeta a ser el órgano en el que se expresen las órdenes del Gobierno y se publiquen bandos militares, etc.

La influencia de Belgrano

Manuel Belgrano es, en mi opinión, de todos los personajes del proceso revolucionario, aquél que mejor representa el perfil del “ilustrado”. Había estudiado abogacía en Europa, tenía un permiso papal para leer todas las obras prohibidas por el Index —privilegio que muy pocas personas tenían en ese momento—, lo que le permitía el acceso a la bibliografía más actualizada.

Cuando vuelve de España y se hace cargo del Consulado en Buenos Aires, se involucra en los temas económicos y comerciales. En ese contexto encara la publicación del Correo de Comercio, que empezó a publicarse en 1810 y va a durar hasta 1811 (2).

Este periódico —si bien no es una producción con ribetes estrictamente políticos-, a través de todas las editoriales sobre industria, comercio, agricultura, educación, libertad de prensa, etc., permite a Manuel Belgrano, por este medio, filtrar sus ideas modernas, sobre todo en lo que hace al libre comercio. Ahí está bien asentado el derecho de propiedad y el derecho a la libertad de comercio.

Por lo tanto, el rol de Manuel Belgrano es fundamental. Pues con un bajo perfil, a diferencia de Mariano Moreno, contribuye ampliamente a la ilustración en el Río de la Plata. Pero luego —puesto que se trata de un patriota convencido—, cuando le encargan tareas militares, deja de lado toda su labor intelectual y se hace cargo de la expedición militar al Paraguay y luego al norte del Virreinato.

Es interesante imaginarse lo que podría haber sido de Belgrano si hubiese continuado en la función periodística.

La dispersión de los revolucionarios

En aquellos días de 1810 se desata una guerra contra todos aquellos que se oponen al proceso revolucionario. Y en una sociedad donde no existía el recurso humano en abundancia —como lo podemos tener hoy—, el grupo selecto de aquellos que habían hecho la revolución y la apoyaban, debían multiplicarse en varias tareas.

Como dijimos, a Manuel Belgrano le toca ser militar, igual que a Juan José Castelli. Lo que nos permite advertir que, en ese momento, no existía un grado de especialización como el de hoy: todos eran capaces de hacer lo que les tocara en suerte para defender a su patria.

La partida de Castelli y Belgrano —que era más moderado, pero que estaba claramente en una línea independentista— deja prácticamente solo a Moreno en Buenos Aires y su posición política en la Junta se debilita.

Horizonte nublado

Los jóvenes revolucionarios porteños están convencidos que el 25 de mayo de 1810 es el alba de una nueva era. Sin embargo, no tardarán en descubrir que la complejidad del proceso político no admite ilusiones.

Lo que sucede es que comienza a haber resistencia al proceso revolucionario. Cuando vuelve Fernando VII al trono de España, está siempre pendiente de Buenos Aires, que es la única provincia en la que todavía se mantiene triunfal la revolución. Lo cual suscita una expedición armada.

Además, las provincias —de la mano de José Gervasio de Artigas y luego de los otros caudillos federales— comienzan a rebelarse frente a las tendencias unionistas y centralistas de Buenos Aires. Entonces va cambiando el tono.

Por ejemplo, la Gazeta comienza a perder esa calidad ideológica que tenía al principio y ya, hacia los últimos años de la década del 1810 y entre 1820 y 1821, se limita a los partes de batalla; a las noticias generales y a una virulenta crítica y ataque contra los federalistas, a quienes acusa de traidores y de promover el desorden.

Por otro lado, es también interesante ver cómo, desde distintos puntos de vista, esto es generalizado en todo el proceso revolucionario. Al principio de la revolución se considera que “la razón”, con su sola luz, puede disolver las tinieblas en que España había mantenido a los americanos. Y esto se deduce de los primeros números de la Gazeta y otros periódicos.

Pero, a medida que uno va leyendo los editoriales en orden cronológico, empieza a descubrir en los textos un desencantamiento progresivo. A partir de los años 13, 14 y 15, la valoración positiva del hombre va dejando lugar a una imagen del hombre como sujeto de vicios; de hábitos que no se puede sacar de encima y —en un tono pesimista, diría—, condenado al fracaso.

De la misma manera, en lo institucional, si al principio aparecen los órganos colegiados —donde se supone que la razón, a través del debate y el consenso, puede ofrecer las mejores respuestas—, el proceso culmina en la figura del Director Supremo, con atribuciones parecidas a las de un presidente actual. Es decir, del consenso de un grupo de personas pasamos a la concentración del poder en uno solo. Lo cual permite entender, en gran parte, el desencanto de los redactores, mayormente jóvenes y revolucionarios, de la Gazeta de Buenos Ayres.

Un legado ejemplar

El ejemplo que nos dejó la Gazeta, por lo menos en estos primeros años, es el del compromiso con la verdad. En un momento en el que podría haber sido muy fácil utilizar a la prensa naciente simplemente para los intereses del gobierno de turno, personajes como Moreno —como el mismo Dean Funes, a su modo, aunque un poco más egoísta y mezquino—, como Pazos Silva o Monteagudo, hacían una auténtica declaración de fe en la capacidad del hombre para, libremente y a través de la razón, alcanzar la verdad.

Y para ellos en ese alcanzar la verdad, el gobierno revolucionario tenía que quedar expuesto: no podía haber sombras, no podía haber ningún tipo de velo que custodiara o cuidara a las autoridades del alcance de la libertad de prensa y de la libertad de pensamiento.

Por supuesto que hoy las cosas han cambiado y los intereses sectoriales, económicos, políticos y sociales son mucho mayores. Si bien no podemos volver a ese estado de inocencia original, en el que surgió la Gazeta, es importante recuperar el espíritu de una prensa independiente y que además se proponga como objetivo central no simplemente la noticia, sino ilustrar a aquéllos que la van a leer, sean muchos o pocos, pero ilustrar.

NOTAS:

(1) La Gazeta de Bs. As. llevaba como pie de imprenta “los Niños Expósitos”. Allí se imprimía. “Independencia Gandarillas, Alvarez Sol”. Números publicados: 590 números ordinarios, 185 especiales y 53 suplementarios.

(2) El Correo de Comercio se va a publicar en la misma imprenta de la Gazeta de Buenos Ayres; es decir, la de “los Niños Expósitos” y publica apenas entre 58 a 60 ejemplares.

San Lagente (2007)
Jorge Marziali - Epsa Music Argentina


Grabado y mezclado entre febrero y diciembre de 2006 en La Plata - Ingeniero de Grabación: Fernando Chalup - Mezclado por: Fernando Chalup y Jorge Marziali - Ingeniero de Masterización: Juan Pablo Chalup - Producción Artística: Javier Chalup y Jorge Marziali - Fotos: Jorge "Coco" Yánez - Diseño Gráfico: Ulises Barbosa

Artistas invitados: Juan Quintero, Alberto Suárez, Juan Falú, Juan Palomino, Alfredo Abalos, Pilín Massei y Tato Finocchi.

Por Manolo Giménez

“San Lagente” reúne homenajes, intimismos y refritos. Sin embargo, es una obra íntegra. Un disco para escuchar entero y con amigos. Como antes. Como en los años analógicos del vinilo, cuando la sociedad y la comunidad eran la misma cosa y no admitíamos las canciones sin poesía.

Precisamente, a Jorge Marziali esta cuestión de la personalidad saqueada de los argentinos le viene preocupando desde hace algún tiempo. No es algo deducible del contenido formal de sus canciones, que rara vez se detienen en lamentar las derrotas.
Por el contrario, la preocupación está implícita en su obstinada actitud poética por evitar la capitulación; en su insistencia por alcanzar, con trazos de historia y paisaje, la fórmula estética para revertir el resultado de una batalla que parece perdida.

Homenajes, decíamos. Perón, Borges, Jauretche, el Che y Discépolo conviven en “San Lagente” sin molestarse entre sí. Seguramente, porque a Marziali no le preocupan las competencias para establecer el gen argentino, ni las tensiones historiográficas emitidas en blanco y negro.
Las canciones recuperan serenamente el valor emblemático de estos hombres notables del pasado argentino, sin apelar a veneraciones ni sentencias; inspirándose menos en el ícono que en la herencia literaria, intelectual o política.

Dos canciones destacan en este andarivel. Una, “Cuando Perón era Cangallo”, donde se revisa con ritmo milonguero las incompatibilidades electivas del peronismo. Símbolos y tendencias que se entrecruzaron con fervor a lo largo de su historia, van deslizándose sobre una melodía, precisa y solidaria con las palabras, que –como en todo el disco– los arreglos musicales no desmerecen.
Interviene el actor Juan Palomino, de quien no se puede decir lo mismo.

La otra, “Así hablaba Don Jauretche”, construye una suerte de salmo del pensamiento nacional. Es la proeza del disco. Recuperando del olvido al poema “El Paso de los Libres”, pasa en limpio los argumentos y el estilo del creador de FORJA, para constituirse en una contundente apelación a la conciencia nacional autónoma de nuestro pueblo. La suave cadencia campera de la canción hace el resto.

Intimismos. Sin olvidar cómo andan la cosas, Marziali se detiene en los afectos. Le canta a la paternidad reflexiva, junto a su hijo Simón; también al amor maduro y al amor fugaz.
El paisaje interior, la bronca y la nostalgia se dosifican en composiciones que le permiten, por ejemplo, invitar amigos (Juan Falú y Alberto Suárez, entre otros); demostrar que está en un momento artístico inmejorable y darle varios pases de gol al arreglador musical Javier Chalup, que –insisto– cumple sobradamente con el mandato.

En cuanto a los refritos, “El niño de la estrella” le agrega bastante poco a la versión anterior. Pero “Los obreros de Morón”, en cambio, es una cúspide musical e interpretativa gracias al increíble Alfredo Abalos, quien le imprime a este clásico de la música popular un registro expresivo único.

La edición está sumamente cuidada. Una dato no menor, puesto que “San Lagente” puede ser uno de los objetos expuestos y compartidos de la casa. Es más, creo que está pensado para escucharse en las previas del asado; en las reuniones de aquellos que todavía se juntan a discutir las mejores estrategias para transformar la vida o en todas las pequeñas resistencias a una época signada por el narcisismo y los auriculares.

domingo, 3 de agosto de 2008

Un libro fundamental


Pensar con estaño. El pensamiento de Arturo Jauretche.
Autor: Juan Quintar. Prólogo: Jorge Marziali.
Editorial de la Universidad Nacional del Comahue.
Año de publicación: 2007. 241 pags.

Por Cynthia V. Lana

Juan Quintar rescata el pensamiento de Arturo Jauretche “desde las necesidades políticas de una situación determinada, tensionados por la esperanza”, como él mismo dice, y utilizando el concepto de justicia social como articulador.
Se trata de un libro que intenta rescatar, con instrumentos epistemológicos, lo que la obra de Jauretche tiene de permanente; tal vez con la intención de restablecer una memoria fracturada, mediante la genealogía del pensamiento nacional.

Desde ese punto de vista, Quintar identifica los rastros ideológicos en la obra de Jauretche, su “pensar lo concreto, desde lo real, desde acá”, tratando de desentrañar la evolución de su pensamiento, que va desde el conservadurismo hacia el radicalismo y desde allí al peronismo, integrando a través de una línea de pensamiento nacional la experiencia política de las principales etapas de la democracia argentina del siglo XX.

Así, analiza sus fuentes en el pensamiento de clásicos del conservadurismo como el irlandés Edmund Burke, para quien “el sentido común tiene una sabiduría intrínseca, anterior a la razón”.
En ese sentido, Jauretche rescata “la importancia de los saberes populares, construidos en la historia y el rechazo a la pretensión de conocer y transformar la realidad desde aproximaciones teóricas”. Ese saber popular es desestimado por el saber teórico y abstracto, desde Sarmiento en adelante como expresión de la “barbarie”. Para Jauretche “el saber popular es una ciencia que se mueve entre el saber y el pálpito, o lo que dicen instinto, es un saber que no sabe que lo es, por eso mismo es prudente”; además, dice que“ el pueblo se acerca más a la realidad que un intelectual refinado, porque tiene menos que desaprender” .

Juan Quintar identifica como categoría central de su análisis, la construcción de zonceras, de manera tal que esa identificación nos permita pensar nuestra realidad, sin obstáculos culturales. La zoncera, a diferencia del sofisma, carece de argumentación, de razonamiento; son consignas que se instalan dogmáticamente y su eficacia no depende, por lo tanto, de la habilidad en la discusión como de que no haya discusión. Porque en cuanto el zonzo analiza la zoncera deja de ser zonzo.

Ahora bien, se pregunta Quintar, ¿cómo se instalan culturalmente las zonceras?. Indudablemente, desde el poder político y la superestructura cultural que legitiman (y, muchas veces imponen) los pensadores, pintores, escritores, poetas o académicos.

Dice Jauretche que “las zonceras cumplen con dos objetivos: uno es prestigiar la zoncera con la autoridad que la respalda (porque lo dijo tal o cual prócer) y otro reforzar dicha autoridad con la zoncera. Así los proyectos de Rivadavia se apoyan en el prestigio de Rivadavia y el prestigio de Rivadavia en sus proyectos”. A partir de esta argumentación, “civilización o barbarie” es la madre de las zonceras, lo que convierte a Sarmiento en el gran padre.

En el capítulo “Sobre anteojeras y ojos mejores para mirar la patria”, Quintar se interroga sobre las deficiencias de las ciencias sociales, cuyas producciones teóricas son elaboradas desde Latinoamérica, hacia Europa, buscando legitimación, como una prolongación de la conquista, de la colonialidad en los saberes, los lenguajes, el arte, etc.

En ese proceso se universalizó una narrativa que tiene como centro a Europa Occidental, donde surgen las ciencias sociales, en un momento en que Europa dominaba todo el sistema mundial. Por lo cual, no es extraño que esa narrativa siga siendo —aún hoy— un instrumento de poder y dominación.

Precisamente, argumenta junto a autores como Adriana Puiggrós, Edgardo Lander y Rodolfo Kusch, que, las ciencias Sociales en Latinoamérica han servido más para el establecimiento de contrastes con la experiencia histórico cultural universal (“normal”) europea (identificando carencias o deficiencias que deben ser superadas) que, para el conocimiento de estas sociedades, a partir de sus especificidades histórico culturales.

Supone, con una lógica jauretcheana, la existencia de una élite científica cuyos parámetros son las reglas internacionales de prestigio, antes que las necesidades de desarrollo del país.

También se menciona en el libro el debate Modernidad/Posmodernidad. Para Juan Quintar, la polémica no emergía de problematizar la forma en que hombres y mujeres de América Latina experimentaban la vida moderna: fue una incorporación de la intelectualidad latinoamericana a esas reflexiones que, visto a varios años, no dejó absolutamente nada. La muerte se instaló en nuestras sociedades y sólo un chiste de mal gusto podría comparar la incertidumbre social, económica y de seguridad de uno de nuestros países en los 70´s y 80´s, con la que vivía y vive la sociedad francesa.

Cita a José Pablo Feinmann a este respecto: “El posmodernismo ayuda a nuestros intelectuales a vivir sin conflictos los fracasos del pasado y la inacción del presente. Alimenta el escepticismo, incluso el desdén. Hemos pasado de “el que no milita es un cobarde” a “ el que milita es un idiota””.

Asi, la hiperinflación de 1989 convertía el debate modernidad-posmodernidad en un texto para marcianos. Luego llega la Globalización: un universo de signos y símbolos —difundidos planetariamente por los mass media— empieza a definir el modo en que miles de personas piensan, sienten, desean, imaginan, actúan. Signos y símbolos que ya no vienen ligados a las particularidades históricas, religiosas, étnicas, nacionales o lingüísticas de las comunidades, sino que poseen un carácter transterritorializado y, por lo tanto, postradicional (Castro Gómez y Eduardo Mendieta).

Romper con la idea de que hay un solo lugar de enunciación (a saber: Europa u Occidente y su ciencia), es la tarea que se plantea Quintar. Es una cuestión de locus de enunciación, la opción de dónde pararse es justamente eso, una opción.

En otro capítulo, reflexiona sobre la forma en que Jauretche interpreta la historia y la política. Dice Quintar que Jauretche realiza una crítica histórica de carácter amplio, que va de la forma en que se ha construido el relato histórico —el lugar de los supuestos previos— hasta la puesta en evidencia y cuestionamiento de una política de la historia, que ha sostenido ese relato histórico y un proyecto político hegemónico.

En resumen, la historia es un instrumento de construcción y mantenimiento de poder.

Hay, señala Jauretche, “una política de la historia en función de determinado proyecto que ha requerido que determinado relato sea transmitido de generación en generación, durante un proceso secular, articulando todos los elementos de información e instrucción que constituyen la superestructura cultural con sus periódicos, sus libros, radio televisión, academias, universidades, enseñanza primaria y secundaria, estatuas, nomenclatura de lugares, calles y plazas, almanaques de efemérides y celebraciones. La finalidad es impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional, se ha querido que ignoremos cómo se construye una nación y cómo se dificulta su formación auténtica, para que ignoremos cómo se la conduce, cómo se construye una política de fines nacionales, una política nacional. Esa historia ha establecido que la finalidad de la emancipación fue construir determinado régimen político, determinada forma institucional y no ser una nación”.

¿Cuál es el modo de pensar la economía de Jauretche?

Para Quintar, busca permanentemente un respaldo en la historia nacional como en la experiencia general de Occidente, especialmente en aquéllos países industrializados que, sin haber protagonizado la Revolución Industrial, lograron superar a Inglaterra.

Analizando el sistema económico internacional y el discurso de la ortodoxia liberal que lo domina, “lo que se quiere mantener es, precisamente no una división internacional del trabajo según la naturaleza —que sería lo liberal—, sino la división internacional del trabajo según una estructura imperial del mundo”. (Política y Economía).

El autor explica que, si en el mercado internacional confluyen países ricos y pobres, no es un ámbito que “por naturaleza” sea equilibrado. Ese mercado internacional refleja las relaciones de poder entre el centro y la periferia. Solo con la fuerza y el poder de los medios de comunicación y la estructura cultural a su servicio, puede hacerse creer que hay allí algo “natural” y equilibrado. De manera que no se trata de discusiones doctrinarias con respecto al liberalismo, sino de intereses nacionales concretos en pugna en el mercado internacional, cuyas relaciones de poder se estructuran de tal manera que no se quiere la intervención política de los gobiernos de los Estados en retraso para que corrijan esa estructura.

Asímismo, la economía jauretcheana defiende un capitalismo nacional en contra de un capitalismo internacional colonizante. “Norteamericanos y alemanes cortaron el traje del capitalismo nacional, adaptando la tijera que aquí los cipayos usaron tal como venía de afuera y de ahí la dependencia”. (La Segunda República).

Jauretche identifica y caracteriza tres fracasos de la burguesía nacional, a saber:

1. Caída de Rosas. Batalla de Caseros. Asamblea constituyente para una nueva Constitución. “Los constituyentes de 1853 buscaron su inspiración en las instituciones de EEUU y hay aquí que preguntarse ¿por qué se quedaron en la apariencia jurídicas y eludieron la imitación práctica?. ¿No entendieron la naturaleza del debate Hamilton y Jefferson, o la entendieron y vendieron después a las generaciones argentinas, desde la universidad, el libro y desde la prensa una interpretación superficial y formulista?”. (El Medio Pelo en la Sociedad Argentina).

2. Roca junto a Pellegrini, Vicente Fidel López, Roque S. Peña, Estanislao Zeballos, Nicasio Oroño, etc., comienzan a ver la posibilidad de un cambio económico. Decía Pellegrini “El proteccionismo puede hacerse práctica de muchas maneras, de las cuales las leyes de aduanas son sólo una, aunque sin duda la más eficaz, la más generalizada y la más importante. Es necesario que en la República se trabaje y se produzca algo más que pasto”.
Pero esas posturas se irán desvaneciendo en la medida en que aumentaban los índices de exportación de carnes y lanas. La fortalecida burguesía porteña asumió su rol conductor, su hegemonía, absorbe en sus filas a los políticos y pensadores que pudieron ser sus mentores, los incorpora a sus intereses y los somete a las pautas de su status imponiéndoles, junto con su falta de visión histórica, la subordinación a los intereses extranjeros que la dirigen.

3. Desde 1945 Juan D. Perón orienta el proceso de sustitución de importaciones y la creciente industrialización del país. Al calor de dicho proceso surge un nuevo tipo de ricos, proveniente de las clases medias e inclusive de los trabajadores manuales. Poco a poco —durante los casi diez años de gobierno peronista— esa burguesía se fue distanciando del proceso que le daba sustento material, para terminar apoyando el golpe contra Perón y el desmantelamiento de las políticas que le habían posibilitado su ascenso.

Así lo sintetiza Jauretche: “(la burguesía argentina) se volvió contra la entrada del país al capitalismo y creyendo hacerse señores rurales se hicieron anticapitalistas. Porque ésta es la paradoja de nuestro proceso histórico. La clase que posee el capital en la Argentina es anticapitalista, es contraria al desarrollo capitalista que alteraría la estructura en que reposa su poder de renta. Y sigamos con la paradoja. La única fuerza capitalista fue el proletariado. (Archivo Arturo Jauretche, citado por Norberto Galasso). Es a lo que Jauretche se refiere como ”medio pelo”.

Quintar se pregunta si el proceso económico y político que vivimos desde 1976 hasta 1991, no habría sido considerado por Jauretche como el cuarto fracaso de la burguesía argentina.

La dictadura (1976-1983) instaló un nuevo modelo económico –ya no basado en la producción industrial, sino en la renta financiera- que transformó fuertemente la sociedad y la cultura política.
Este proceso habría sido imposible sin el apoyo de la burguesía argentina, alentada por la represión sindical que se instalaba y por el recorte de salarios que se proponía. Esa revolución reaccionaria necesitó del terrorismo de Estado, la implantación del miedo y la impugnación del pensamiento nacional para hacer que su propuesta fuese irreversible.

Luego vinieron los golpes inflacionarios contra el gobierno de Raúl Alfonsín, que desarticularon la sociedad y dejaron un país devastado, sobre el cual se volcó una política basada en las privatizaciones, las grandes transferencias financieras, los sobornos y el ajuste fiscal eterno en la década menemista de los noventa, donde lo más evidente fue la pérdida casi total de soberanía, la desarticulación y debilitamiento del Estado que quedó casi incapacitado para detener ese proceso de autodestrucción.

Todavía en 2007 no hay consenso respecto a las líneas generales de un nuevo modelo productivo; un crecimiento cuya clave es un tipo de cambio favorable parece postergar in eternum la convocatoria a la discusión en torno a él.

No cabe duda que para reponerse de los desastres que ha dejado el vendaval neoliberal, habrá que revertir esta situación y recuperar una herramienta central para la defensa de las poblaciones ante los mercados y la megacorporaciones: el Estado.

Agrega Quintar que uno de los objetivos que debemos plantearnos en adelante es el derrumbamiento de zonceras, zonceras tales como: “Un Estado chico, con menos burocracia, pero no por eso menos fuerte”.

La opción de pensamiento y acción es nuestra.

Lejos ha quedado la idea en que el pensar nacional implicaba estar cerca de alguna definición partidaria y colaborar con alguna estrategia para la toma del poder. El pensamiento nacional pareciera volver a enfrentarse a una situación similar a la del 30´s, en la que sin vehiculización partidaria, la gran tarea de sembrar un pensamiento nuevo se impone como la principal empresa, luego del largo vaciamiento de ideas de más de treinta años.

Se trataría ahora de un pensamiento que construya desde los cimientos y no que se estructure con el objetivo y en torno a la toma del poder para luego, “desde arriba” pretender cambiar la sociedad. Promover un pensamiento más rebelde que revolucionario.

Sembrar en la cultura: las semillas están en nosotros.